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14 años de Crónicas de una Cámara

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14 años de Crónicas de una Cámara es un post de Ignacio en Crónicas de una cámara.

(Escrito hoy 25 de Marzo, en estos días inciertos, duros, de angustias y desasosiegos en que el mundo y especial el mío, en Madrid, pelea contra la pandemia del Coronavirus Covid-19. Espero que estéis todos bien. Un abrazo fuerte).

No son estos, tiempos de celebración pero mi pequeño rincón en internet, este blog, cumple hoy catorce años y creo que se merece que al menos le dedique unas palabras ya que hace mucho (desde los nueve) que no lo hago. Por ser un superviviente y porque ahora echando la vista atrás es también mi mejor retrato. El más realista, el que habla de mí con fotos y cuenta mi vida incluso en esos silencios de semanas que desafortunadamente se han convertido en rutina. Pecó de ambición y perdió su esencia de diario hace ya muchos años en pos nosemuybiendeque, pero ha mantenido algo de su alma, ese mostrar el mundo de vez en cuando, tal y como yo lo veo.

Merece este homenaje, insisto, porque se ha convertido en mi obra monumental a la que mirar atrás y verme en unos espejos que ha ido curvando el tiempo. No soy el mismo que lo comenzó. Ninguno somos los mismos que éramos hace catorce años cuando éramos invencibles. Cuando nos sentíamos indestructibles. Los años nos fueron revelado la verdad. No lo somos. El tiempo nos ha ido doblegando las rodillas, endurecido las articulaciones, agrietado la piel. La vida nos ha regalado muchísimas vivencias que le han dado sentido al existir pero también nos robado muchas sonrisas. Nuestro tiempo de invulnerabilidad ya pasó. Mirar atrás se ha convertido en la manera de abrazar los aterciopelados arrullos de la melancolía. Abrazar… Abrazar suena lejano en estos días.

Lamento las memorias que por falta de tiempo o desidia no plasmé aquí porque sé que aunque las intente recuperar estarán suavizadas por el paso del tiempo, inocuas, más planas. Ajenas a alegrías puras y rabias desmesuradas, a las emociones del momento que justas o injustas salpiquen a las palabras. Pero las memorias no cambian quién soy. Las palabras que aquí se acumulan solo dejan traslucir quien y como fui. Una boceto de una imagen antes de que el espejo cambiara. Mirarlo ahora, con todos sus aciertos y defectos es una delicia. Es una foto analógica de colores ya apagados, ni siquiera enfocada, que al encontrarla en un cajón olvidada calienta el alma.

Estoy orgulloso de lo vivido a lo largo de todos estos años. Estoy satisfecho de quien soy y de cómo soy aunque ya apenas me reconozca en esa primera foto con corbata morada y junto a una pantalla de ordenador de tubo en mi cubículo de Londres. Y no solo porque ya apenas tenga pelo y el que tengo tienda inexorablemente hacia el blanco sino porque catorce años dan para mucho. Cuando llegué a Londres y abrí este blog, Twitter aún no existía, Facebook era aún apenas un experimento para unos estudiantes de Harvard y Youtube empezaba a sonarnos. El iPhone aún no se había inventado y aun nos comunicábamos con el arcaico método de la llamada telefónica o limitados a los ciento cuarenta caracteres de los ese eme eses.

Abrí este blog sintiendo la necesidad de compartir lo que yo sentía como algo emocionante: comenzar una nueva vida en Reino Unido. Londres me dio forma, me metió de lleno en la vida laboral y me ofreció la fortuna de las posibilidades. Quienes conocí en esa ciudad de mestizaje y mundo hicieron el mío mucho más grande. Repentinamente infinito. Éramos soñadores invulnerables.

Fui feliz en Londres. La vida me llevó a Japón y fui muy feliz en la incomprensión absoluta de ese otro planeta. Certifiqué mi amor por la fotografía en la belleza de su melancolía de neones y tatamis. En sus pausas, sus vértigos, sus silencios, su precisión, su interpretación del mundo. Me arrancaron Japón contra mi voluntad. Lo digo así, en voz pasiva, acusando a un culpable invisible, inexistente. Fueron grietas impensables en la invencibilidad.

Aprendí que no debía tener miedo a los imprevistos aunque a día de hoy los siga teniendo. Aproveché para regalarme dieciocho meses de viaje y sentí que cada día importaba. Cambié corbatas moradas y traje por pantalones cortos y mochila. Me comuniqué con miradas y sonrisas y unas cuantas veces con gruñidos e insultos. Me engañaron mil veces. Aprendí mil veces. Tuve un accidente en furgoneta. Salí ileso. Vi rincones con los que soñaba. Algunos estuvieron a la altura de mis expectativas desmedidas. Monté por primera vez en moto. Aprendí a bucear. Comprendí que los lugares solo tienen sentido acompañados de su historia. Vi muchos atardeceres, muchos menos amaneceres. Intenté cazar la luz y no siempre tuve éxito. Me robaron la cámara y me ayudasteis a conseguir una nueva. Cargaré con esa deuda de gratitud siempre. También descubrí que no deberíamos ser prisioneros de nuestras decisiones. Dejé la ingeniería para dedicarme a la fotografía.

Mi vida se volvió extrañamente y satisfactoriamente caótica y desde entonces y para siempre estas páginas perdieron su capacidad para la cronología. Se han convertido en retales de momentos y vivencias que florecen cuando nadie se lo espera. Sin orden. Incluso en eso siguen siendo mi propio reflejo.

Me siento afortunado de cómo he podido vivir estos últimos años. He tenido la posibilidad de reinventarme y gracias a la fotografía he podido conocer mucha gente maravillosa. Muchos se han convertido en amigos. También de la otra, pero a esa la he dejado apartada en el olvido. He viajado mucho con mi cámara de fiel compañera. Aumenté mi porcentaje de amaneceres. Mantuve el de atardeceres. Caminé mucho. Conocí montañas. Empecé a entender otras culturas y otras religiones. Seguí siendo ateo. Empecé a correr sin tener que huir. Vi el Everest. Y le vi incendiarse en un atardecer. Descubrí la alergia en un camino nevado lejos de cualquier parte. No acabó conmigo pero desde entonces viajo con una aguja de adrenalina. Encontré el infierno en una isla del Pacífico y la invulnerabilidad y yo estallamos en mil fragmentos. Me volví a reconstruir y no todos los pedazos fueron míos. He tenido que volver a aprender a ser feliz. He luchado mucho por eso. Lo he conseguido.

No soy el mismo de hace catorce años. Como iba a serlo. Es imposible. Pero este rincón ha sido testigo. Por aquí han pasado momentos bonitos, momentos tristes, momentos sinceros, honestos, dolorosos y bellos. Y en todo ese proceso he aprendido a vivir. Estos catorce años de blog son mi caja de fotos desenfocadas, descoloridas por el tiempo en un cajón que a veces me gusta mirar.

Ya no somos invulnerables pero seguimos siendo soñadores.

Que nadie nos lo quite.

14 años de Crónicas de una Cámara es un post de Ignacio en Crónicas de una cámara.


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